jueves, julio 29, 2010

POR ÉL

Despertó, miró su lado de la cama y ya no estaba allí. Comprendió que su vida había cambiado, ya no iba a tenerlo a su lado para abrazarlo, para cuidarlo, para besarle la cara, para imaginar una vida con él. Todo había cambiado, la cama era ya demasiado grande, nunca imaginó que echaría de menos verse reducido a un trocito cuando él lo ocupaba todo. Sí, aquella mañana todo había cambiado. Se levantó, y miró en el baño, no, tampoco estaba allí. Se mojó la cara y se lavó los dientes, luego encendió el grifo de la ducha para que el agua caliente empezara a salir, se fue desnudando, entonces corrió la cortina y entró en la ducha. Esperó deseosamente que él entrara detrás, como siempre lo había hecho, pero eso tampoco ocurrió. El agua salía con más fuerza de lo normal, se marcaba en su piel cada gota como si de un disparo se tratara. El vapor llenaba cada espacio del baño, volviéndose de una atmósfera irrespirable, mientras, esperaba pacientemente que él entrara en cualquier momento para enjabonarlo. Pero eso nunca pasó. Como cada mañana iba a la cocina, imaginando que allí estaba él preparando el desayuno, y a cada paso que daba no escuchaba el zumbido del microondas, tampoco la campanilla de su final, ni el abrir y cerrar de puertas y cajones, ni mucho menos el batir de una cucharilla en el café. Y es que su chico tampoco estaba allí, ese desayuno resultó demasiado solitario para él. No pensó ya ni en la costumbre que tenían de mirar el calendario, mientras comían una tostada con aceite, para ver el santo del día. No se fijó que ese día era el santo de él. También se asomó por la ventana para ver como él se iba al trabajo en el coche, le gustaba ver como salía una mano que por la ventanilla del coche le saludaba para moverse a toda velocidad después. Pero el coche estaba allí parado, sin moverse, paralizado y con alguna que otra hoja que se habría caído durante la noche. Se dio la vuelta y observó que sus llaves estaban colgadas junto a las suyas.
Por fin, pensó que era el momento de afrontarlo todo, echar el poco coraje que le quedaba y salir a la calle. Afrontar que esa maldita enfermedad que le había tenido encerrado en casa durante 6 meses, no le iba a retener más. Tenía que levantarse porque se lo debía a él. Así, tras vestirse y coger las llaves, esas que abrían todo lo que necesitaba, agarró el pomo de la puerta y lo giró para abrirla. Y una vez abierta hizo lo más importante, dio un paso para salir al exterior. Y ya nada volvió a ser igual. Sí, todo había cambiado. David Galisteo, 16 de mayo de 2008

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