Como siempre que Diego llegaba del trabajo a casa, tras dejar las llaves en la mesa de la cocina, iba raudo y veloz hacia la ventana con el anhelo de verla a ella. Las cortinas de su vecina estaban quitadas, tal vez estuvieran lavándose, lo que animaba a Diego aún más. De pronto, una silueta pasó junto a la ventana, era ella; vestía una falda sinuosa y velada que transparentaba sus caderas. Esa falda era lo que podía distinguir Diego desde su ventana del quinto piso, él no era un voyeur al uso, es más estaba casado. Sólo que se excitaba con el hecho de mirar como su vecina pasaba una y otra vez con ropas tan sugerentes. Todo eso terminaba una vez llegaba Clara, su mujer, con los niños del colegio, y luego en ocasiones en que no hubiera nadie en el salón. Así era cada día desde hacía ya dos meses.
Diego no sabía casi nada de la chica que observaba, bueno sí, que no debía tener novio pues pasaba la mayoría del tiempo sola en casa y que tendría que tener un trabajo de cara al público por su ropa sofisticada. Esas eran las suposiciones que había adivinado, pero que, en realidad, no se ajustaban para nada a la verdad.
Es así, que al día siguiente, Clara llegó a casa con alguien inesperado para él. Sí, era ella. Clara ya le había dicho a Diego que necesitaba una chica para que se ocupara de los niños. Estaba extrañado y, a la vez, entusiasmado, no es que quisiera tener nada con ella pero estaba obsesionado con su físico, puesto que era preciosa, una chica de ésas que sólo se ven por la televisión o en las revistas. Morena, delgada, labios gruesos y mirada inocente, cuerpo esbelto y proporcionado, así como un buen gusto para vestir.
Sin embargo, Diego se presentó a ella, Alicia, como si no la hubiera visto nunca antes, incluso se sorprendió ante ella porque fueran vecinos. La hipocresía nunca se hizo tan grande y presente en aquella casa jamás.
Los días pasaban y la obsesión de Diego por Alicia iba en aumento, ya no iba ni al bar a tomar unas cañas con los amigos del barrio con tal de estar mientras ella daba clases extras a los niños. Pasó de ser un voyeur a un acosador en potencia, tanto que Alicia empezó a sentir esa sensación.
Justo el día que hacía un mes que Alicia llegó a la casa, Diego intentó declararse hacia ella. Su obsesión tornó locura y hasta cambió su expresión. La llamó para que fuera al baño, le indicó que no podía coger una toalla del último estante porque le dolía el brazo al levantarlo y que si ella podía hacerlo por él. De esta forma accedió a coger la toalla, justo en el momento en el que Diego la abrazó por detrás, ella intentó zafarse de él, pero ya era imposible. Diego, su jefe, estaba empezando a violarla, tapándole la boca para que no gritara. Y en el forcejeo: Alicia cayó muerta al golpearse con la bañera, tiñéndose de rojo el suelo.
Para desgracia, la policía creyó la versión de Diego: ella se resbaló y se golpeó la cabeza, muriendo en el acto. Una pobre chica más que murió joven y de la que sólo vosotros sabéis cual fue su verdadero final.